La desinformación circula a diario en redes sociales, plataformas de vídeo y mensajería. Los menores pasan más tiempo conectados en verano y resultan más expuestos a contenidos engañosos. El fenómeno no es nuevo, pero se amplifica con la facilidad de compartir sin contrastar.
La expansión de la IA generativa ha elevado la complejidad. Aparecen deepfakes, imágenes creadas por inteligencia artificial y vídeos manipulados. Incluso bots automatizados impulsan contenidos virales. “Es imprescindible que los padres conozcan estas técnicas para acompañar a sus hijos”, señala Josep Albors, de ESET España.
Índice de temas
Tipos de desinformación
No todo entra en el mismo saco. Rumores, bulos y leyendas urbanas operan de forma distinta. Los rumores arrancan como comentarios sin base y se agrandan en el boca a boca digital. Los bulos buscan engañar o estafar con intención. Las leyendas urbanas se difunden como reales pese a no tener pruebas.
Ejemplos recientes muestran su alcance. El supuesto reto de la ballena azul generó alarma sin evidencias sólidas. El “pollo con NyQuil” se viralizó como práctica de riesgo en TikTok. El “Día Nacional de la Violación” reapareció en 2024 en Alemania y provocó respuestas institucionales.
Qué pueden hacer las familias
La primera medida es abrir conversación. Habla con tus hijos sobre lo que consumen y comparten. Pregunta de dónde sale una información y si otros medios la confirman. Evita reenviar mensajes alarmistas sin verificar.
Conviene observar señales de alerta. Los contenidos con errores ortográficos, mayúsculas excesivas o tono sensacionalista suelen carecer de fuentes fiables. Un mensaje que incita a actuar rápido suele buscar manipular, no informar.
Fomentar educación y pensamiento crítico es clave. Antes de creer, plantea tres preguntas simples: “¿quién lo dice?”, “¿por qué lo publica?” y “¿a quién beneficia?”. La verificación previa reduce la propagación de mitos. “Nuestra mejor defensa es la educación”, concluye Albors.








