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Tu hijo no es un post: el sharenting y los riesgos ocultos para la ciberseguridad



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Antonio Jara Sánchez-Caro, country manager España en S2Grupo

Publicado el 19 sept 2025



Antonio Jara Sánchez-Caro, country manager España en S2Grupo
Antonio Jara Sánchez-Caro, country manager España en S2Grupo

Julio y agosto son los únicos meses del año donde el tiempo parece obedecer a otra lógica. El aire se carga de sal, las tardes se alargan y las redes sociales se llenan de niños. No es una metáfora: se llenan, literalmente, de niños. Con manguitos, con gafas de bucear, con un cucurucho chorreando por la muñeca o cubiertos de macarrones como si acabaran de rodar una secuela de Tres Hombres y un Bebé.

Es lo que toca. Son las vacaciones, o sea, la temporada alta del sharenting: esa fiebre de exhibicionismo parental que consiste en subir la foto de tu hija en bikini o el primer día de piscina con tu sobrino, como si el mundo estuviera esperando ese contenido con la misma ansiedad que una final del Mundial. Un estudio de la UOC advierte que, en España, el 89% de las familias comparten alrededor de una vez al mes contenidos de sus hijos en Facebook, Instagram o TikTok. El verano es el peor momento.

Lo hacemos, claro, desde el amor. Desde el orgullo. Desde una idea noble: la de conservar recuerdos y hacer a los demás partícipes de nuestra felicidad. Pero lo que empieza como una postal digital de la infancia puede acabar como un bumerán legal, ético y emocional. Porque, vamos a decirlo ya: nuestros hijos no son contenido.

Sharenting, ese neologismo que debería incomodarnos más

Surgido de la mezcla de sus palabras inglesas, share (compartir) y parenting (crianza), el término parece inofensivo, pero esconde una pregunta importante: ¿Quién decide qué partes de la vida de un menor pueden compartirse en redes sociales? ¿Quién mide las consecuencias de esa acción?

Publicar imágenes de nuestros hijos no es una travesura sin consecuencias. No sólo se trata de su privacidad; hablamos también de su seguridad, su identidad digital y su derecho a no tener una infancia mediatizada sin haberse pronunciado al respecto. UNICEF apunta en uno de sus informes que un menor suele aparecer en más de 1.500 imágenes compartidas en internet antes de cumplir cinco años. Peor aún, la encuesta EU Kids Online 2019 apunta que el 9% de los niños declaró que sus padres habían publicado textos, fotos o vídeos sobre ellos sin su consentimiento; un 6 % se sintió molestado y otro 6 % solicitó que se eliminasen esas publicaciones.

Un menor suele aparecer en más de 1.500 imágenes compartidas en internet antes de cumplir cinco años

Esos cientos de miles de fotos, una vez subidas, dejan de ser tuyas. O de tu hijo. Circulan. Se descargan. Se reutilizan. A veces se editan. En el peor de los casos, se manipulan. Aquí también existen los malos.

¿Publicar o no publicar? He ahí la cuestión

No se trata de demonizar al padre que sube una foto del campamento de verano o a la madre que inmortaliza esa graciosa actuación de fin de curso. Se trata de pensar antes de publicar; de entender que cada clic tiene un eco; de que esto va de contexto, de sentido común y de una pizca de empatía.

Y no olvidemos a los abuelos. Muchas veces son ellos quienes, con toda la ilusión del mundo, comparten fotos de sus nietos en redes o en grupos de mensajería sin ser conscientes de los riesgos. Involucrarlos en la conversación sobre privacidad y ciberseguridad es fundamental para proteger la identidad digital de los más pequeños y reducir la huella de exposición familiar.

Aquí van algunas ideas para esos papás y mamás que no pretenden abolir el verano digital, pero sí poner freno a un entusiasmo excesivo:

1.       Pregunta al menor. Si tiene edad para entender, tiene derecho a opinar. Te sorprenderá cuántos no quieren ser el trending topic del grupo de padres del colegio.

2.       Evita lo sensible. Nombres completos, direcciones, ubicaciones en tiempo real, imágenes con poca ropa, situaciones comprometidas… No todo lo que hace gracia merece una audiencia.

3.       Configura tus redes. ¿Quién ve lo que publicas? ¿Tus amigos? ¿Sus amigos? ¿El mundo entero? Haz limpieza. Revísalo. Sé deliberado.

4.       Piensa en el futuro. ¿Te gustaría que esa imagen estuviera flotando en la nube dentro de diez años? ¿Y dentro de veinte?

5.       Sé ejemplo. Los niños aprenden lo digital igual que aprenden a comer o a cruzar la calle. Viéndote. Si tú eres prudente, ellos también lo serán.

6.       Habla también con los abuelos y cuidadores. Ellos también publican o reenvían imágenes. Explicarles los riesgos y cómo configurar su privacidad es clave para reducir la exposición de los menores.

No se trata de apagar el móvil ni de borrar los recuerdos. Se trata de proteger la infancia, que ya tiene bastante con sobrevivir al algoritmo. El verano es largo, sí. Pero la huella digital es aún más alargada.

Una reflexión desde la ciberseguridad

Para quienes trabajamos en ciberseguridad, este fenómeno no es solo una cuestión privada. En organizaciones de todos los sectores —y muy especialmente en aquellas que operan infraestructuras críticas— vemos cómo la información familiar expuesta puede ser utilizada para perfilar empleados, lanzar campañas de ingeniería social o abrir nuevas puertas de entrada. La seguridad empieza también en casa.

La información familiar expuesta puede ser utilizada para perfilar empleados, lanzar campañas de ingeniería social o abrir nuevas puertas de entrada

Proteger la infancia también es proteger el futuro. La ciberseguridad no termina en el perímetro corporativo; empieza en cada hogar.

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